El tabaco mata. La gente que fuma o consume otras formas de tabaco tiene más probabilidades de enfermarse y morir antes que los que no consumen tabaco.
Si fumas, quizás te preocupe cómo está afectando tu salud. Probablemente también te preocupes sobre qué difícil pueda ser dejar de fumar. La nicotina es muy adictiva, y dejar de fumar, especialmente sin ayuda, puede ser difícil. En realidad, la mayoría de la gente no tiene éxito la primera vez que lo intenta. Quizás sea necesario intentarlo más de una vez, pero es posible dejar de fumar.
Da el primer paso: Decide que vas a dejar de fumar. Fija una fecha para dejar el tabaco. Luego aprovecha los múltiples recursos que existen para ayudarte a dejar de fumar con éxito.
Todavía recuerdo cuándo me fumé mi último cigarrillo, un día que tengo grabado en la memoria como el primero de una vida mucho mejor, aunque al principio fuera duro, y mucho. No sé ni cómo empecé a fumar, por hacerme la mayor o algo así, porque me creería que daba la imagen de mujer sofisticada, quería ser la Lauren Bacall en El sueño eterno aunque en realidad no fuera más que una patética adolescente con ínfulas de sofisticación. Como siempre he hecho deporte, enseguida me di cuenta de que fumar entorpecía mi desempeño, así que decidí poner remedio antes de que empezaran las molestias que siempre sufren los fumadores.
Consejos para dejar de fumar para siempre
1. Tira todo el tabaco que tengas, y también los mecheros
Eso de “voy a tener un tabaco a mano para demostrarme que tengo fuerza de voluntad” es peligrosísimo. Y gratuito. No se trata de torturarte, sino de dejar de fumar. Así que evita toda tentación. Fuera tabaco y fuera mecheros. Si se trata de un Dupont de oro, o un zippo o cualquiera que quieras conservar por motivos emocionales, dáselo a alguien de confianza para que te lo guarde un tiempo. Pero no tengas cerca mecheros, sobre todo en la sala. Si la cocina es de gas, guarda el encendedor en el cajón cada vez que prendas la llama. Se trata de apartar de la vista todo lo que te recuerde que tú, antes, fumabas.
2. Levántate de la mesa después de comer
Después de una comida es cuando más apetece fumar. Levántate y recoge la mesa, pon el lavaplatos. Si estás cenando en casa de unos amigos, hazlo también, ofrécete a ayudar. Si estás en un restaurante, no hay problema, los fumadores saldrán fuera a echarse un pitillo, piensa en lo cómoda y calentita que estás en ese momento. El hábito del cigarrillo después de las comidas se quita rápido si te mantienes en movimiento.
3. Haz un cálculo de lo que te vas a ahorrar al mes y gástatelo en algo disparatado
Cuando yo dejé de fumar calculé que me ahorraba 80 euros al mes, y 80 euros en la década del 2000 daba para mucho: una entrada a la ópera, una cena gastro para dos con maridaje, un tratamiento de belleza completo. Cada mes que pasaba me daba un nuevo lujo, me gastaba 80 euros en algo que no necesitaba pero me encantaba, me lo tomé como mi recompensa por haber dejado ese mal hábito. Estuve durante dos años a capricho mensual, sin haber perdido nivel adquisitivo alguno, hasta que se me olvidó que alguna vez había fumado. Piensa que con el dinero que gastas en tabaco te puedes comprar cada año un iPhone y una tablet nuevos. Pero piensa en positivo, no en lo que tiras con cada cajetilla, sino en lo que vas a hacer con ese dinero ahora que ya no fumas. A finales de este mismo mes.
4. Échate a andar
Esto va a pasar: te sientes al borde de un ataque de nervios, estás a punto de irte con ese compañero de trabajo que sale a fumar, le vas a pedir un pitillo, no puedes más. Sal con él, pero en lugar de ir a fumar, da una vuelta a la manzana, contando los días que llevas sin probar el tabaco y recordándote que todo ese esfuerzo se irá a la basuras si cedes: estarás en la casilla de salida, todo habrá sido en vano, tus buenos propósitos no te habrán servido para nada. Que persisten las ganas, pues otra vuelta a la manzana. Y si son las 12 de la noche, te vistes y sales a la calle a dar esa vuelta a la manzana; como si la das en pijama, lo importante es que no tires por la borda el esfuerzo realizado.
5. Haz pequeños cambios en tus hábitos cotidianos
El cerebro tratará de engañarte y buscará que asocies tu rutina a momentos en los que fumabas. Si introduces pequeños cambios cotidianos como adelantar un poco la hora de cenar, o hacer más a menudo ingestas menos abundantes en vez de pocas comidas contundentes. Lleva a cabo incluso grandes cambios, como aprovechar la pausa del mediodía para salir de la oficina y caminar, o incluso ir a nadar o al gimnasio, en lugar de ir a comer un menú con los compañeros. Cambia el consumo de café por el de infusiones, o deja las bebidas alcohólicas. Yo esto último no lo hice –a ver, no me sentía con fuerzas de dejar a la vez el tabaco y el alcohol– por eso recuerdo con cierto rubor cómo, cuando dejé de fumar, al principio, arrasaba con todo en mis salidas nocturnas, comida y bebida. A las 11 de la noche ya estaba de vuelta en casa con unas cuantas copas de más. Pero no es grave, enseguida se controla la ingesta desmesurada, al final cuando dejé de fumar solo engordé unos cuatro kilos que me quité de encima enseguida.
6. Pasa más tiempo en lugares públicos
¿Te acuerdas de cuando estabas en una exposición, una película o una biblioteca y te morías por salir para fumar un cigarro? Pues haz de eso ahora una ventaja. Como en esos sitios no se puede fumar, sácales más partido. Llena tu agenda de visitas a museos, acude a bibliotecas y talleres, a espectáculos. Como además estaremos entretenidos, se nos olvidarán las ganas de fumar.
7. Haz deporte
Eso fue lo que más me ayudó a mí durante los primeros meses de abstinencia del tabaco. Sí, no solo durante las primeras tres semanas, sino durante mucho más. Bueno, hoy en día soy adicta al deporte, un hábito mucho más sano que el de fumar. La práctica deportiva, ya sea, running, nadar, zumba, yoga, pilates, lo que sea, no solo nos mantiene la mente ocupada sino que además ayuda a una mayor secreción de endorfinas, los neurotransmisores que además de reducir la percepción del dolor desencadenan una sensación positiva en el cuerpo similar a la de la morfina. Yo dejé de fumar un 31 de enero (no recuerdo el año), pero sí que fue la única vez que intenté dejarlo, que lo conseguí con perseverancia, fuerza de voluntad y con la ayuda de estos pequeños trucos. De ellos, probablemente el que más me ayudó fue mi afición al gimnasio.
8. Lo mejor de todo
Llevo más de 15 años viviendo sin humo. Es genial por muchas razones: tengo una piel sana, sigo batiendo mis propias marcas, me ahorro una pasta y mi corazón y mis pulmones están sanísimos. Pero hay algo mejor. No he vuelto a sentir las ganas de fumar que tenía cuando era fumadora. Anhelaba la nicotina todo el tiempo, solo se me pasaba en los momentos en que inhalaba un cigarrillo. Y cuando tenía esas ganas de fumar y no lo hacía, lo pasaba mal. Creo que todos los fumadores sienten síndrome de abstinencia cuando no están con el pitillo en la boca. Lo creo porque a mí me pasaba, y no era la única, me bajaba de un avión e iba directa a la pecera llena de humo donde nos dejaban echar un cigarro. No he vuelto a sentir eso, la necesidad de fumar, el malestar de creer que necesitas el humo o la nicotina o lo que sea que te provoca esa ansiedad. Fue una liberación librarme de ese vicio y no volver a sentir esa pulsión que me llevaba a intoxicarme de la forma más estúpida que existe.